A medida que van consumiendo temporadas, las series de tv se pueden clasificar en tres tipos:
– Las que se mantienen (y todos los capítulos son el mismo)
– Las que decaen (ver Prision Break)
– Y las que mejoran.
The Office es un ejemplo apabullante de las últimas.
The Office US es un remake de una serie, de igual título, de la BBC inglesa. Desconozco la británica, pero la estadounidense, me tiene enganchadísimo.
La oficina regional de la empresa papelera Dunder Mifflin, en Scranton, y sus empleados, son seguidos por una cámara, como si se tratase de un documental.
A través de las filmaciones observamos su funcionamiento y la particular fauna de la oficina. En especial el peculiar jefe, Michael Scott (interpretado por Steve Carrell).
Michael Scott merece un párrafo propio (él así lo desearía). Michael es un tipo difícil de clasificar. Es un bromista, cuyas bromas siempre van más allá de lo políticamente correcto, y una vez metida la pata, la mueve y termina por hundir también la otra, mientras intenta salir impune de la catastrófica situación que solo él ha provocado. Es un jefe que teme las responsabilidades que el cargo conllevan; pagaría a otro para hacer tareas que le disgustan: como despedir a un empleado (le disgusta por la mala imagen que tendrá de él, el despedido). Intenta que le vean como un compañero –aunque cobre el doble y trabaje la mitad– y no como un jefe. Y cuando se produce la inevitable distorsión entre lo que es, y lo que pretende, corre a esconderse en su despacho y cierra las cortinas.
En la primera temporada, reconozco que me parecía el más odioso de los personajes. Luego, a medida que le vamos observando, y vemos su fragilidad y hasta su patetismo, se hace soportable y hasta consigue generar una extraña simpatía.
Michael Scott, el jefe, es alguien que se pone a hacer el ridículo pero sin darse cuenta, y ninguno de sus subordinados le dirá jamás lo patético que resulta, porque aunque le desprecian, sus trabajos están en sus manos.
Dos vendedores, el simpático Jim (John Krasinski), tiernamente enamorado de Pam (Jenna Fischer), la secretaria; y el histriónico Dwight, completan el cuarteto principal de la serie.
A partir de la segunda temporada (que ya cuenta con 22 episodios; por sólo 6 de la primera) los secundarios van adquiriendo más protagonismo. E incluso hablan directamente a cámara (en lo que equivaldría a un confesionario como los de Gran Hermano) Angela, Kevin, Phyllis, Kelly, Oscar, Toby, Ryan “el de prácticas”, e incluso los empleados del almacén (“Los otros”, como los llama Dwight, en referencia a los de LOST).
A parte de pequeñas festividades en la oficina (Halloween, San Valentine), la segunda temporada toma un impulso definitivo cuando Jim confiesa gustarle Pam, justo cuando ésta se ha prometido con su novio. El capitulo final de temporada dejará a más de uno con el corazón en un puño.
Dwight también desearía tener un párrafo propio, como su adorado jefe, mentor y padre espiritual: Michael. Que Dwight es raro, se ve a la legua. Y a medida que lo conocemos, más raro nos parece. Es un pelota, un espía, un traidor, un paranoico, y un tipo que anhela el poder para ejercerlo de forma dictatorial (ya lo hace en un discurso). A mediados de la segunda temporada, se insinúa una, más extraña aún, relación con una compañera de trabajo. Pero el único amor verdadero de Dwight no es ella, ni siquiera es Michael (no estamos ante un Smithers y su amado Sr. Burns), Dwight ama la disciplina que emana del poder. Dwight es el soldado que iría al frente a morir sólo porque el superior que admira se lo ordenase. Y la prueba que lo suyo es lealtad, está en el episodio del Test de drogas.
Si habéis trabajo en un entorno de oficina, con sus horas muertas, su máquina del café, y un jefe odioso, estáis ante una serie sumamente interesante, y divertida.
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