Si vas paseando por la calle con un amigo, alguien se cae aparatosamente en medio de la acera, y ves que, instantáneamente, tu acompañante encoge y cambia de color hasta volverse translucido, no lo dudes, tu amigo es un cuatro. Y si además, por asociación mental, se recrea masocamente con alguna anécdota humillante de su infancia o juventud, es que se trata de un cuatro como la copa de un pinus.
Si Aquiles fuera cuatro, su talón sería la vergüenza. En pleno fragor de la batalla, en lugar de dispararle en el pie, podrían haberle dicho: “chato, que llevas la faldita levantada. Además, no te hace juego con las sandalias”. Y el aguerrido mozo habría caído fulminado al suelo mas rotundamente que si le hubiera aplastado el mismísimo caballo de Troya.
En la parte trasera del coche junto con “bebé a bordo” llevan una pegatina que dice: “Al loro, soy cuatro”, así que piensa detenidamente a qué “antro” los llevas cada vez que salgáis de juerga. Socialmente, they’re special. Inconscientemente creen que el mundo debe adaptarse a ellos en lugar de al revés. Buscan lo original, lo insólito, lo diferente. La gente corriente y moliente, “los pepis” les aburren.
Cuando se reúnen con un grupo heterogéneo y alguien suelta un chiste facilón, escatológico, sexista o de alguno de los variadísimos tipos de sal gruesa que existen, el cuatro será el único que, no solo no se reirá, sino que encogerá la nariz con repugnancia como si le hubieran echado encima 20 kilos de arena usada para gatos. Pero si, por el contrario, alguien hace algún juego de palabras absurdo o ingenioso que encaje con su particular visión del mundo, se estará partiendo sol@ la caja durante horas, días e incluso semanas para desconcierto general.
Ellos hablan bien, algunos asquerosamente bien incluso. Puede que suelten tacos ocasionalmente, pero no es muy habitual encontrar a un cuatro con los latiguillos e interjecciones varias de una Belén Esteban. No soportan la vulgaridad en ninguna de sus manifestaciones, se sienten refinados, con style. Necesitan encontrar cierta armonía estética en su microcosmos, sino, no solo no se sentirán a gusto, sino que se aburrirán soberanamente. Motivos más comunes de “depresión estética” de un cuatro: “odio mi ropa y mi pelo”, “Los colores de la casa de mi chic@ me dan grima”, “Como siga escuchando a Maná en el hilo musical de la oficina me ahorcaré con el ratón” “Dejaré de ver la tv hasta que desaparezca Aida” o “Muerte y destrucción al eau de Brummel del vecino del quinto”.
Uno de sus rasgos más admirables y desquiciantes al mismo tiempo, es que, a un cuatro es difícil mentirle u ocultarle algo importante. Si eres pudoroso y odias los stripteases emocionales, huye de ellos como alma que lleva el devil, porque son como James Stewart en La ventana indiscreta. Cuando te miran a los ojos, se asoman con descaro a las profundidades de tu alma y lo hacen sin permiso, cuando quieren y como les da la gana. Luego tienen la desfachatez de comunicarte lo que han encontrado o de echarte esa mirada condescendiente de “pobrín, si ya se lo que te pasa” antes de que abras la boca, dejándote siempre con sensación de déjà vu o con la frustrante sospecha de que ven o intuyen más cosas sobre ti que tú mismo.
No existe explicación a porqué la memoria cuatril no ha sido aún utilizada por el FBI, la CIA, INTERPOL o la NASA, porque son incapaces de olvidar ningún detallito por muy nimio, absurdo o insignificante que sea; especialmente si es algo que les ha herido o tocado las narices. Pueden haber pasado 5, 15 o 35 años desde que hiciste esperar 20 min a un cuatro a la entrada de un cine, que el será capaz de recordar, no solo la fecha exacta, sino el nivel de humedad del aire, la posición de saturno con venus, el numero de hijos que tenía Angelina Jolie, la cantidad exacta de pecas del cuello del tipo que tenia enfrente, el radio de las palomitas de colores e incluso el michelín inoportuno de la taquillera que se solidarizó con el.
Nunca intentes animar a un cuatro recordándole sus buenas cualidades, porque en todo lo no referente a su lado oscuro tienen “tunnel vision”. No importa que estén dotados de lo mejor de su naturaleza cuatril y puedan llegar a ser brillantes, ingeniosos, encantadores, solidarios, creativos o con un talento artístico más que notable, ellos sólo verán sus defectos y bloquearán todo lo demás. Intentar convencer a un cuatro pesimista es como jugar un partido de tenis contra las hermanas Williams. Te devuelve todos tus saques al cuadrado con fuerza, agilidad y contundencia, como si fuera una fuerza descontrolada de la naturaleza. Así que en ese inoportunísimo momento, lo único que puedes hacer es callar, tomar aire y reprimir los impulsos de ahogar con la red su cabezón.
La mayoría de la gente no lo sabe, pero las mayores cabezas de turco de la historia han sido cuatros, desde Harvey Lee Oswald hasta Isabel Pantoja. Y esto se debe, básicamente, a dos de sus rasgos: su empatía y su sentimiento de culpa. Se identifican y se funden tanto tantísimo con los dolores ajenos y se sienten tan responsables de lo que va mal, que van por la vida diciendo “me lo quedo” con cada desgracia como quien va de rebajas. Si encierras a un cuatro con un asesino en serie, a los dos días te estará cantando a pleno pulmón y en mandarín su mea culpa (amén de proporcionarte un croquis detallado de los lugares en los que degollaba a sus victimas). Se le habrán olvidado las cosas más básicas: su nombre, su dirección, su pasado, su perro, el pin de su móvil, la letra del baila el chiki chiki…
No te sorprendas si ocasionalmente no reciben alguna de tus llamadas, e-mails o mensajes. Junto con su dirección real, en cada uno de sus documentos, debería aparecer su autentica residencia: Bubbleland, un lugar fantástico lleno de proyectos, sueños y buenas intenciones, donde el presente no existe y todos sus habitantes se columpian indolentemente del pasado al futuro. Cuando un cuatro sale al mundo real (normalmente en breves escapadas para comprar el pan o pasear al perro) y camina por otros barrios, se apodera de él el síndrome “que verde era su valle y que mustio el mío” e instantáneamente siente nostalgia por volver a su adorado Bubbleland. En este lugar mágico, antesala de lo que va a ocurrir en un futuro no muy lejano, el se preparará mentalmente para cosas sencillitas como: arrasar en la próxima edición de OT, ganar el Pulitzer, conocer a su Nino Quincampoix particular al lado de un fotomatón (sí, Amélie era cuatro y mucho), diseñar un nexus 6 con el físico de Rodrigo Santoro/Jessica Alba o que algún científico loco le confirme, de una vez por todas, que puede volar al mas puro estilo Superman o los hermanos Petrelli.
Si después de todo esto, aún dudas sobre “arrimarte” a un cuatro o devolver el que ya tienes, don’t worry, porque el hecho de que permanezcan o no en tu vida, es algo que no puedes controlar. Cuando algo llega a su corazón, su lealtad y entrega hace que se aferren a el cual Gollum al anillo mágico y es difícil que lo dejen escapar. Además, nunca se sabe, puede que te salgan artistas… y son tan «tiennos»… 😉
Dedicado con cariño a los cuatros y a tod@s los que tengan un/a amig@ cuatro (especialmente a los míos). Espero que os arranque alguna sonrisa.
Kisses cuatriles***
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