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Burl Ives La Gata Sobre El Tejado de Zinc

«Mientras hay dolor sabe uno que vive»

La gata sobre el tejado de zinc
(Cat on a hot tin roof) 1958 Richard Brooks

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A veces deambulo sin sentido por todo aquello que he sido y por lo que nunca llegaré a ser. Y me digo: deprisa, deprisa; porque todo parece que me empuja, y sin saber a hacía donde, doy vueltas sin parar, y pienso, demasiado.

Me ahogo con la incertidumbre y me acuchilla el miedo atroz. Como si un monstruo me tuviera en su boca y me masticara. Doy vueltas, me empapo, me siento sucio, pero no me traga, y no me digiere.

Una de aquellas torturas mitológicas ante la cual cierro las lecturas, y me recuerdo infante de mi reino, arrodillado rezando.

Y se enciende un fuego latente de odio y rencor. No quemo jamás nada, pero me voy extinguiendo un poquito, un poquito más.

A veces deambulo con demasiada lucidez por mi existencia pretérita, y aquello que encuentro, esa ciudad de recuerdos mohosos, de lugares devastados, de cadáveres abandonados y putrefactos, son bien míos. Toda la posguerra me pertenece. Ha empezado el racionamiento de sueños. Tiempos grises y rejas fuertes. Hasta olvidar el color de los bosques, y las formas de las nubes. Hasta creer que siempre ha existido este dolor, y que jamás desaparecerá.

Soy hijo de la ira; soy miedo puro, inestable y frágil.

Un leve temblor de manos, un titubeo en los labios pálidos, una ceguera permanente, una sordera voluntaria. Una mente atrofiada. Si suena la campana, salgo a escena, y finjo ser el loco alucinado. Algunos humanos me aplauden; son sólo los que saben de su sufrimiento. Los que desconocen su fin, no lo entienden, y me dan consejos que no saben que están vacíos. Pobrecillos, pobrecito.

Soy hijo de la mentira; soy engaño puro, egoísta y vanidoso.

Una sonrisa feliz. Sabes que siempre fui sincero. Que la vida es un circo, y al cerrar la puerta, todas las vedettes hacen muecas ante el espejo. Los animales defecan en un rincón y ya no prueban de arrancar la cadenita que les ata; antaño no pudieron liberarse y ya han perdido la fe en los intentos. Siempre quedan luces encendidas

Leo Bennacker

Poemita prosaico y autobiográfico

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Para mí la vida es teórica.

Y mi “vida”, depende únicamente de mi predisposición mental a ello. Soy capaz de grandes cosas, pero tan sólo con un bonus de motivación que JAMÁS ha surgido por mí mismo.

Por el contrario, en estados de decadencia, soy incapaz de las tareas más mundanas, como por ejemplo, salir a la calle.

En el estado de deriva en el que ahora me encuentro, veo con absoluta nitidez la catástrofe. La veo venir, y sigo sin apartarme, ni hacer nada para impedirla.

Ese vacío que late en mí; esa falta de fe en las creencias, terrenales o espirituales; esa falta de apego con los conciudadanos. Esta sensación de perpetua falta de algo indefinible… Este romanticismo fuera de época, todo ello provoca el desgaste y la rotura de los engranajes para vivir.

La neblina tétrica, este hastío que me devora, este desierto aullador dentro de mí que jamás retrocede, sino que a lo sumo, logro hacer avanzar más despacio, quizás ha distorsionado mi realidad. O quizás mi realidad siempre ha sido deformada. O es lucidez, o es locura. O la necesidad vital que sea alguna de ambas, y así abandonarme a ella.

Mi suicidio no requeriría de una gran puesta en escena.

Mi suicidio será, por ejemplo, ver venir un tren y no apartarme. Ser consciente que viene, que me va arrollar, y no tener ni fuerzas, ni voluntad, para dar un paso.

Un leve paso, es a menudo la diferencia entre vivir y morir. Saberlo, no ayuda ni poco ni mucho.

En estados de decadencia, escribir quiero pensar que ayuda. Es la única forma de gritar que conozco.

Es un grito a nadie en concreto… ¿a quién “de verdad” le grito?

Es un grito al mundo entero… que no entiendo y me aterra. Y al que, en momentos de hundimiento, quisiera, yo o la maldad que hay en mí, arrastrar conmigo.

Leo Bennacker

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